El drama del coronavirus probablemente te ha forzado a romper con la idea de tu vida tal cual la imaginabas, tal cual era. El confinamiento no ha sido ni un tiempo de vacaciones, ni de descanso deseado, ni de retiro espiritual, ni mucho menos un momento de máxima productividad.
Una pandemia como la que estamos viviendo es una auténtica putada. Tal cual.
Has vivido un estado de alerta global. No, tú no has escogido pasar todos esos minutos de tu vida encerrada. Sin embargo en cierta manera sí que has decidido cómo ocupar o rellenar todas esas horas interminables vacías de contenido.
En un momento en el que la incertidumbre es la norma. Lo imprevisible es lo único que se puede prever. Estas condiciones son la antesala del trauma. Un evento traumático se define por una experiencia (subjetiva) que desborda la capacidad individual para hacerle frente o tolerar dicho evento vivido.
Para prevenir daños colaterales del confinamiento es necesario que además de las medidas de prevención sanitarias, como sociedad debemos considerar su tremendo impacto psicológico. A nivel personal, todos también tenemos trabajo que hacer.
Repito, el confinamiento debido al Coronavirus no ha sido ni un descanso, ni una oportunidad para una mayor productividad. Que nadie te engañe. Tú también has vivido un estado de alerta individual. Todos lo hemos vivido, o por lo menos la mayor parte de la población mundial.
Nuestros cerebros han estado conectados en estado de emergencia colectiva. La falta de predictibilidad, el no saber cómo afrontar esta crisis para la que nadie te había preparado hace que tu cerebro esté en constante búsqueda de peligro.
En tales condiciones la parte de tu cerebro más primitiva, la encargada de los procesos automáticos y la supervivencia toma el control. Simultáneamente la parte de tu cerebro más desarrollada, la parte más lógica y racional se desactiva para no interferir con las tareas de supervivencia. Es por ello que en estas circunstancias es muy complicado pensar con claridad, planear, aprender o concentrarse. Así es inevitable que la salud mental se vea afectada.
La mayoría de tus experiencias en esta era de reclusión seguramente están coloreadas por los contrastes y las grandes turbulencias emocionales. Por la dualidad: por la pérdida y la conexión; por el hastío y el frenesí; por el dolor y el amor; la muerte y la creatividad o la solidaridad y la soledad.
Probablemente, además te has sentido más cansada de lo normal, desmotivada, confusa, apática o incluso has podido experimentar estrés, ansiedad o problemas del sueño. Es normal, tu cerebro está en estado de vigilancia constante.
El coronavirus ha cambiado tu vida. Si hace un tiempo alguien te hubiera dicho que tendrías que pasar dos meses en tu casa, sin poder estar cerca de tus seres queridos, sin acudir a tu lugar de trabajo y sólo saliendo para hacer las compras necesarias, sin poder ir al cine, al bar de tu calle o a la consulta de tu psicóloga, lo más seguro es que te rieras de esa idea tan descabellada.
Pues bien, ha pasado. La realidad supera la ficción. Esta realidad que nos ha tocado vivir de pandemia, confinamiento puede que te haya superado en ocasiones, pero la estamos ya dejando atrás (por lo menos algunos) o pasando esta etapa y entrando en la fase de desescalada.
Parece ser que llega el momento de retomar la “normalidad”, ¿pero realmente quieres retomar la normalidad que conoces? ¿Cómo será esta nueva normalidad? Seguramente será de todo menos normal.
La fortaleza mental se desarrolla con la adversidad y aunque nadie desea vivir una situación trágica, está bien reflexionar para ver qué es lo que hemos aprendido. Cómo hemos cambiado o que es lo que nos importa o preocupa. Como Carl Jung decía:
“Hasta que el inconsciente no se haga consciente,
el subconsciente dirigirá tu vida, y tú le llamarás destino”
Reflexionemos juntas:
Para empezar seguramente habrás comprobado que eres mucho más fuerte de lo que piensas. Pese a los baches emocionales, a las pajas mentales o al no saber qué hacer en muchos momentos, has pasado dos meses en tu casita, se dice pronto. Tú que no podías vivir sin ver a tus amigas o familia cada semana. Lo has hecho.
Tu bienestar mental y emocional repercute en tu salud física y viceversa. El dormir mal, la pérdida de motivación, los dolores de cabeza, los pensamientos limitantes hacen que sientas que todo se hace cuesta arriba.
Muchos nos hemos sentido así durante el confinamiento, pero esto no tiene porqué continuar. Si necesitas ayuda acude a un psicólogo, no eras la única persona que lo necesita.
Salir adelante solo no tiene porqué ser una opción.
Aunque no es lo mismo que en carne y hueso, Zoom, Skype o WhatsApp puede que te hayan ayudado estar más en contacto con personas que hacía tiempo que no hablabas pero que igualmente son importantes para ti.
Independientemente de las circunstancias, reconoce, valora y aprecia a los que quieres. Las relaciones son el motor de nuestra vida.
Acostumbrados a tener todo a u “click” nuestra vida ha sufrido un cambio de 180 grados. Ni prisas, ni correr, ni necesidad de llegar a ningún lado. Ni comida rápida, ni compras online, ni excusas de última hora. Las horas en casa seguro que en ocasiones se han hecho largas, pero tal vez hasta le has cogido el gusto a poder estar en pijama cómoda sin tener que usar maquillaje o preocuparte demasiado por tu apariencia o por todas esas tareas pendientes.
Del silencio puede nacer otra forma de estar, otra forma de ser.
Se puede vivir con muy poco, y oye no está mal del todo. En mi casa no se ha tirado ningún recipiente durante la cuarentena. Hemos hecho mil y una manualidades con cajas de huevos. Mi hija se ha emocionado con cada rollo de papel higiénico transformado en pulpo, perro o cualquier otro animal como si fuera el regalo más valioso del universo.
Espera lo imprevisible. Muchas de las cosas que dábamos por sentado ya no lo son tanto. Ni los planes futuros, ni los viajes ni las reuniones. Vive el presente, vive cada día porque no sabes que traerá el mañana.
El no vivir a contrarreloj hace que puedas dedicarle toda tu atención a lo que haces, tanto si se trata de leer un libro, hacer una tarta, tocar un instrumento o jugar con tus hijos. Tal vez aprendamos a estar más presentes con nosotros mismos y con los que nos rodean. Escuchando con atención, dejando un poco el teléfono y la hora de un lado.
Muchas personas han perdido seres queridos, otros han estado en contacto con la muerte, con la enfermedad de personas cercanas o su propia enfermedad.
Otros mucho hemos vivido la pandemia desde la distancia, escuchando las noticias desde nuestros salones pero sintiendo la soledad, la angustia o el desconsuelo de los otros como propio.
La muerte forma parte de la vida y está ahí presente. Nos puede tocar a cualquiera. El contacto, el cariño, el afecto de los demás es vital una caricia al alma que nos acerca a nosotros mismos y que nos empuja a luchar. En fin, un sentimiento de humanidad de pertenencia a algo puede que haya emergido para muchos, yo por lo menos así lo he sentido.
Nuestra sociedad tiene muchas fracturas y nuestra forma de vida no es sostenible. La sanidad pública, un trabajo digno, la conciliación familiar, los cuidados y la investigación son pilares para vivir un mundo habitable más humano y más digno. Yo por lo menos así lo imagino, en el que los más vulnerables, los mayores, los enfermos, los que tienen menos recursos son una prioridad.
Para aquellas personas que se sienten seguras, protegidas por las paredes de sus casas, decirles que es normal necesitar tiempo para salir, para seguir viviendo. Tenemos que desaprender muchas cosas e incorporar las lecciones aprendidas. Pero una vida rica necesita ser vivida en el mundo real, en la naturaleza en comunidad, teniendo siempre en cuenta las recomendaciones sanitarias, por supuesto. Si tienes miedo, sal gradualmente, escoge los lugares y horas donde habrá meno gente. Pero hazlo, la vida continúa.
Haciendo cada uno este trabajo personal de reflexión, de integración podremos continuar hacia delante de una forma más consciente. Cada uno tiene sus ritmos, sus tiempos. Hay que respetarlos, pero sin olvidarnos que la Tierra continua rotando, que las pandemias han existido y continuarán existiendo al igual que la muerte, los desastres naturales o cualquier otra catástrofe… así que más vale haber aprendido algo de ésta para por lo menos no repetir los mismos errores.
Sea lo que hayas aprendido no tiene por qué ser algo enorme o muy significativo. Sino más bien algo cotidiano que hayas notado, sentido o vivido de forma diferente a la época “Pre-Coronavirus”.
Pequeño, pero grande para ti.
Sólo así podrás salir reforzada a nivel individual, y sólo así podremos cooperar a nivel global.
Un abrazo, mucha salud, fortaleza y presencia! 💚
Lorena
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